Por Clodovaldo Hernández.
Plenamente consciente
de que era su despedida, el Comandante Hugo Chávez dijo: "Hoy tenemos
patria". Robert Serra, sin saber que ese era su adiós, expresó que
"nuestra prioridad no es un cargo, sino hacer irreversible la
revolución". Con esa frase cesó la metralla de un joven que brillo con
luz propia, como parte de la camada de líderes que parió el pueblo en
2007.
En la política, como en el deporte, la Revolución
Bolivariana ha sembrado y comenzado a cosechar su generación de oro.
Robert Serra era un destacado miembro de esa camada de dirigentes de
alta competencia, un integrante por derecho propio de la élite de los
atletas de una de las disciplinas más antiguas de la humanidad: la lucha
por el poder.
Velocista del verbo y de la argumentación
jurídica, este muchacho nacido en Maracaibo y criado en Caracas se hizo
estrella en el complejo escenario de la política tal como lo hacen las
grandes figuras del deporte: en forma meteórica, en un abrir y cerrar de
ojos. Al momento de morir, vilmente asesinado, el pasado 1° de octubre,
pocos dudaban de que era una de las “esperanzas olímpicas” del Partido
Socialista Unido de Venezuela y un ídolo de las masas revolucionarias.
Es
difícil encontrar una mayor contradicción entre una manera de vivir y
una forma de morir. Serra era joven, alegre, vivaz, transparente,
preocupado por el prójimo. Su final —infortunio en el que lo acompañó su
asistente, María Herrera— fue triste, siniestro, oscuro, despiadado. El
diputado y periodista Earle Herrera, quien era su vecino de curul, lo
dijo así: “Robert Serra era vitalidad y alegría, lo más alejado de la
‘no vida’ que es la muerte”.
Para colmo de ironías, Serra había
tomado el camino académico de la ciencia criminalística y terminó siendo
una de las víctimas en un doble homicidio que, de seguro, será
analizado en el futuro por los especialistas en ese campo, debido a la
saña de los asesinos y a las implicaciones políticas del hecho.
La
breve historia de Serra, quien apenas tenía 27 años, es una nueva
alegoría del proceso político que hemos vivido en las últimas décadas.
Se repite la trama: la oposición inventa unas figuras mediáticas e
intenta victimizarlas, todo ello mediante técnicas de mercadeo y
publicidad. El pueblo responde pariendo líderes auténticos y,
desdichadamente, a veces le toca verlos partir como genuinos mártires.
En 2007, una oposición en ruinas (venía de una aplastante derrota en las
presidenciales de diciembre de 2006) intentó recomponerse lanzando a
las calles a unos jóvenes que supuestamente encarnaban los anhelos y
expectativas de las nuevas generaciones. Los chicos fueron patrocinados
intensivamente por el formidable aparato mediático de la derecha local y
mundial. Un perspicaz político de la misma oposición los llamó la
“generación Yoka”, porque se parecían al yogur: fermentaron y crecieron
en pocos días, pero unas semanas más tarde “ya se habían puesto piches”.
En contrapartida, el pueblo bolivariano vio nacer y consolidarse en
esos mismos días a una camada de muchachas y muchachos salidos de sus
propias entrañas y dotados de grandes atributos como líderes, que les
han permitido ser algo más que flor de un día. Serra fue uno de los más
destacados de ese grupo que hizo vibrar a la Asamblea Nacional la misma
tarde que la derecha había montado uno de sus típicos reality shows.
Locuaz, irrefrenable, pico de plata, Serra se metió en el corazón de los
chavistas (comenzando por el propio comandante Chávez, quien lo comparó
con una metralleta por su forma de disparar ideas) y, como suele
suceder, comenzó a ganarse las antipatías (luego transformadas en el
peor de los odios) de quienes juran que todos los jóvenes estudiosos,
inteligentes y serios del país son contrarrevolucionarios y quieren
“irse demasiado”.
Serra, para más rabia de los disociados, les
latía en la cueva, pues su alma mater era la Universidad Católica Andrés
Bello, es decir, el laboratorio mismo de la “generación Yoka”, obra y
gracia del sacerdote jesuita Luis Ugalde, el mismo que bendijo las
andanzas golpistas de Pedro Carmona y Carlos Ortega en 2002. Allí, en la
UCAB, este muchacho fue objeto de la intolerancia sifrina. Los mismos
que decían estar luchando por la libertad de expresión y de pensamiento
no le perdonaban que fuera revolucionario y se lo hacían sentir
constantemente mediante el manido recurso del cacerolazo. ¿Qué era eso
para Robert? Un estímulo para argumentar más alto, más fuerte, más
rápido, como buen atleta de la dialéctica. Se fajó en todos los foros y
programas de opinión, y pronto los asesores de imagen de los líderes
prefabricados les recomendaron no casar peleas con semejante gallito.
Solo
unos pocos de los niños-bien metidos a políticos lograron que los
viejos dirigentes de los partidos opositores les dieran algunos cargos,
candidaturas y responsabilidades. Otros aprovecharon sus 15 minutos de
fama para resolverse la vida en un plano estrictamente individual. En
cambio, Serra y los demás líderes juveniles revolucionarios han recibido
excelentes oportunidades y la mayoría de ellos ha respondido con
creces, afianzando profundamente sus raíces en el tejido social. Varios
de los jóvenes que dieron la cara en 2007 en el acre debate sobre el
cese de la concesión a la televisora RCTV han ocupado cargos de
relevancia en el Poder Ejecutivo. Serra, por su lado, se concentró en la
esfera legislativa. Electo en 2010 a la edad de 23 años, llegó a ser
una de las principales figuras del PSUV en la actual legislatura. Cada
vez que había un debate sobre un tema polémico y candente, el chamo
Robert prendía su metralleta de ideas y defendía la posición de la
fracción revolucionaria con una fluidez que causaba la admiración de
muchos y la envidia de unos cuantos.
Hasta hace unos días, la
metralla de su verbo solo se había aplacado el 5 de marzo de 2013,
cuando la noticia de la muerte del comandante Chávez cayó como un misil
en medio del hemiciclo. Nuevamente es su vecino y “profe”, Earle
Herrera, quien lo recuerda con sentida poesía: “Esa tarde, el guerrero
Robert Serra estalló en llanto como un niño. Rodeado de todos sus
camaradas diputados, parecía solo y desamparado en el planeta. O no lo
parecía, en ese momento lo estaba. El joven diputado, derrumbado en su
curul, era el luchador abatido por algo superior. Ángel caído, como
azotado por una súbita orfandad planetaria. Su mentor político, su
padre, su guía, su líder… ya no estaba, físicamente… Robert tomó sus
libros, sus carpetas y se marchó en silencio por ahí, como buscando el
camino de su Comandante, que no es otro que el camino del pueblo, al que
se entregó en pensamiento, palabras y obras”.
En este triste
octubre, la metralla de Robert ha cesado. Ya no oiremos nuevos discursos
suyos en alta velocidad. La fatalidad se lo ha llevado también, como al
Comandante; como a su maestro en el campo del Derecho, Carlos Escarrá;
como a Lina Ron y otros líderes del barrio.
Tal vez sea una
coincidencia forzada, de esas que nos empeñamos en encontrar cuando
alguien querido muere, pero el jovencito Serra, igual que el comandante
Chávez, nos dejó una última proclama. Así como el máximo líder
bolivariano se despidió el 8 de diciembre de 2012 con aquel “hoy tenemos
patria”, este muchacho, en la plenitud de su vida y de su salud ,soltó
una frase que ahora se ha hecho postrera y que es toda una lección de
vida: “Nuestra prioridad no es un cargo, sino hacer irreversible la
Revolución”.
El domingo 5 de octubre, con el país aún
conmocionado por la muerte de Serra y de Herrera, mientras los zamuros
de la canalla mediática y las redes sociales intentaban hacer un festín
con su cadáver, el corredor de fondo Marvin Blanco ganó la carrera de 10
kilómetros Caracas Rock. Al acercarse a la meta, este atleta del 23 de
Enero enarboló una foto del diputado. Fue un hermoso gesto: la
generación de oro del deporte rindiéndole honor a la generación de oro
de la política.
ROBERT SERRA EN SU HONOR JOVEN LUCHADOR Y MUY CLARO POLÍTICAMENTE, QUE SE INSPIRO POR EL MÁXIMO MAESTRO HUGO CHAVEZ....
ya no estaba, físicamente… Robert tomó sus
libros, sus carpetas y se marchó en silencio por ahí, como buscando el
camino de su Comandante...
"nuestra prioridad no es un cargo, sino hacer irreversible la
revolución".
FACILITADORAS
KELIZ MARQUEZ
ROSITA SOTO
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